Historias reales de covid-19: ¿hasta no ver no creer?

Foto: Alcaldía de Cali

Muchos caleños optan por la incredulidad al estilo de Santo Tomas: hasta no ver, sentir o palpar el covid-19 no creen que existe. Lastimosamente, las Unidades de Cuidado Intensivo (UCI) siguen desbordando su capacidad, ante personas que han decidido tomar el virus como un tema psicológico o una teoría conspirativa.

Leila Rocío Hoyos, de 44 años de edad, pasó nueve días en la UCI de la Clínica Unidos por la Vida. Ella asegura que nunca dimensionó la agonía y el ahogo que genera esta enfermedad, mucho menos que llegara a poner en riesgo a su familia con el simple hecho de trabajar en la tienda que administra en su casa.

“Trabajé 15 años en Tecnoquímicas, me independicé con un emprendimiento comercial en mi casa y no sé cómo me contagié. Pero esto es real, la gente no debe pensar que es un juego. Me dio neumonía, rodé de clínica en clínica buscando un cupo en UCI porque me estaba quedando sin aire. En uno de los chequeos el enfermero dijo que estaba al borde de un infarto, pero no había ni una cama disponible. Fui a Valle del Lili, Versalles, Imbanaco, Farallones, Hospital Universitario y finalmente lograron atenderme en el Carmona”, narra.

Cuenta que el 5 de junio inició la sintomatología y ya el 11 del mismo mes sentía fuertes dolores en su pecho, escalofrío, fiebre constante y debilidad. Ya tenía el diagnóstico positivo de síndrome respiratorio agudo severo, pero a falta de disponibilidad de camas en UCI sintió que la enfermedad avanzaba y que ya no saturaba bien. Mientras los niveles de saturación normal se referencian entre 95 y 100, Leila registraba un índice de 63.

“Un familiar médico aconsejaba a mi familia para que accediera a la entubación, pues de acuerdo con sus lecturas mi corazón ya estaba muy débil. Sé que fue la voluntad de Dios la que me ayudó a evolucionar y ganarle la batalla al covid y, lógicamente, la asistencia de los médicos. Aunque sé que esta batalla la hubiera podido ganar anticipadamente con autocuidado”, confiesa Leila, quien también advierte sobre la escasez de insumos, que reduce más las posibilidades de los médicos para salvar vidas.

Leila Rocío tiene dos hijas, ambas jóvenes y ahora muy sensibles frente al dolor que causa esta enfermedad. Angy Almendra, de 24 años, dice que su familia no creía en el covid-19 y lo referían a un tema político más que a una realidad. Por eso se unió al llamado de su madre, en especial para convocar a los jóvenes a que se cuiden y eviten ser transmisores de una enfermedad que, poco a poco, está venciendo límites de edad.

“Mi mamá no tuvo tos y unos síntomas atípicos que no nos permitieron actuar a tiempo. Lo peor fue que cuando evolucionó, no teníamos opciones para ayudarla. Fueron siete clínicas las que recorrimos y sólo le tomaban signos vitales. Debemos ser más conscientes como familia. Por cualquier lado puede entrar el virus y todos somos responsables de la salud de nuestros hogares”, enfatiza Angy.

Esta familia no se cansa de agradecerle a Dios y al personal médico de que Leila esté viva. También están dispuestos a cumplir con las fases de vacunación y a exigirse en todas las medidas de prevención. La pregunta es: ¿cuántas familias se están exponiendo a padecer el sufrimiento del covid-19 o, peor, a perder seres queridos por no creer que existen medidas para salvarse?

Fuente Carolina Tascón

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