La pieza, que se inspira en una de las desaparecidas de la toma y la retoma del Palacio de Justicia, se presentará de nuevo el próximo 9 de abril

El elenco de ‘La siempreviva’ y su director, Miguel Torres (de buzo blanco), ensayando para la nueva temporada de la obra. Foto: Alberto Sierra.

Ese gran baúl de madera encierra una historia de treinta años. En su tapa están cinceladas las cicatrices del tiempo, aunque aún conserva algunos ribetes dorados que evocan tiempos más nuevos. Adentro, hay elementos de utilería como un bombillo, una cachucha, una botella vacía de alcohol, alguna prenda de vestir. 

¿Son objetos aleatorios?

No, son notas de la partitura de una obra de teatro; incluso, para ir más allá, son símbolos de la tragedia de una víctima y de la incertidumbre con la que por muchos años debieron cargar sus familiares. 

El director y autor de la obra, Miguel Torres, acompañado de la actriz Jenny Caballero, abre el baúl y empiezan a revisar su interior. Buscan algo que les pueda servir para el ensayo de esta tarde. Toda esta ceremonia hace parte de la tarea arqueológica que significa volver a darle vida a La siempreviva, el clásico de la dramaturgia colombiana que Torres y su grupo, el Teatro El Local, estrenaron en 1994. 

“Es muy raro, es como ir al sótano de una casa muy vieja, y abrirlo y sacar la ropa de los abuelos, de los tíos, los portarretratos, los álbumes, los objetos, las pipas, los anillos, los peines, todo eso. Es el pasado encerrado en unos baúles”, cuenta Torres en una tarde de martes antes de iniciar su ensayo.

El director y la mayoría del elenco original -Caballero, Carmenza Gómez, Lorena López, Pablo Rubiano y Eduardo Castro- se reencontraron para revivir La siempreviva, que se presentó por última vez en 2014, en La Casa del Teatro Nacional. La pieza tendrá una nueva temporada desde el 9 de abril, Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas, en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella. 

“Parecería que la obra no se deja morir”, asegura Torres. Pareciera que realmente es una siempreviva.

SiemprevivaMiguel Torres, autor y director de La Siempreviva y fundador del Teatro El Local. Foto: Alberto Sierra.

Para escribir La siempreviva Torres se inspiró en el caso de Cristina del Pilar Guarín, una de las desaparecidas en la toma y la retoma del Palacio de Justicia. Guarín trabajaba en la cafetería del Palacio y durante 30 años su familia no tuvo noticias de su paradero, hasta que cinco de sus huesos se descubrieron en la tumba de otra de las víctimas de esta tragedia: María Isabel Ferrer de Velásquez

En ella se basó el personaje de Julieta de esta obra, quien vive junto a su madre y a su hermano en un inquilinato en el barrio de La Candelaria. Allí, entre los problemas cotidianos y las alegrías esporádicas, se van colando retazos, premoniciones de ese cataclismo que llegaría el 6 de noviembre de 1985 y que aún sigue remeciendo a Colombia. 

Torres cuenta que usó mucha de la información que le dieron los padres de Cristina del Pilar, don José y de doña Elsa, además de lo que le contó el abogado de las familias de los desaparecidos, Eduardo Umaña Mendoza. 

Y así como la obra ahora reflorece, para Torres el sufrimiento de los familiares de los desaparecidos sigue latente, incluso a pesar de esos avances como el descubrimiento de los restos de Guarín en 2016.

 “Todo eso está igual, se quedó – asegura Torres– como si estuviera enterrado, como esas personas que estaban en unos cementerios donde no deberían estar, con nombres cambiados, con unas osamentas mezcladas, todo para crear un manto de impunidad total. Es decir, una manera de despistar, de ocultar todo; poco a poco se han ido descubriendo cosas, muy pocas; pero todo eso es macabramente misterioso”.

El estreno de esta nueva temporada de La siempreviva se da justamente el día en el que Colombia conmemora a las víctimas del conflicto armado, que coincide con la fecha en la que Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado (en 1948).

Este hecho también tiene una estrecha relación con Miguel Torres, pues a partir de éste escribió su trilogía del 9 de abril, compuesta por las novelas El crimen del siglo, El incendio de abril y La invención del pasado.

Todas esas capas suman significado a este renacer de la obra, que para su creador sigue siendo muy actual, pues, según él, Colombia aún está afectada por toda esa herencia de violencia e impunidad que la asedió en las décadas de 1980 y 1990.

SiemprevivaLorena López, Jenny Caballero y Eduardo Castro (en el fondo) hacen parte del elenco original de la obra. Foto: Alberto Sierra.


“Otro motivo para recobrar la obra nuevamente es porque mucha gente joven no la conoce, ha oído hablar de ella, pero no la ha visto. Y es posible que la gente ya mayor que la ha visto todavía tenga la nostalgia y la añoranza de volver a verla. Pero, sobre todo pienso en el público joven, quiero saber si realmente les va a llegar como les llegaba a los jóvenes de hace diez o veinte años”, añade Torres.

Aquel baúl que resguardaba parte de la utilería de La siempreviva llegó al Centro Nacional de las Artes desde el Archivo de Bogotá, en donde estuvo desde 2016. Esos reencuentros con el baúl, con el texto, con los actores, han sido actos llenos de nostalgia. Es moverse entre la bruma para vencer el olvido, para despertar a esa especie de bella durmiente. 

La versión original de la obra se estrenó en la antigua sede del Teatro El Local, en la calle 11 con tercera, y esa proximidad con el Palacio de la Justicia convertía cada función en una experiencia estremecedora. Luego, el grupo tuvo que salir de aquella casa y en 2011 Torres se ingenió una versión para una sala tradicional. 

“Cuando nos fuimos de ahí quedamos como unos desplazados, como despojados. Era algo un poco metafórico, como cuando a la gente le quitan su casa y tiene que dormir en los caminos, en los campos. Tuvimos que ver cómo íbamos a hacer la obra sin la casa, como si hubiera pasado un vendaval y se hubiera llevado todo y sólo hubiera dejado los accesorios”, explica Torres.

Entre esos accesorios que dejó el vendaval hay elementos tan antiguos como un teléfono fijo de disco, un directorio telefónico y un televisor de perilla. Objetos que suman a crear con la magia del teatro esa ilusión de presenciar las rutinas de varias familias que comparten una misma casa. 

El ensayo de hecho comienza con la celebración del cumpleaños de doña Lucía, la mamá de Julieta, que en esta tarde representa Candelaria Gabriel Torres -asistente de dirección-, pues Carmenza Gómez, la actriz que le da vida, no pudo asistir a este ensayo. 

Miguel Torres, como director de orquesta, tiene su propio atril frente al escenario, pero no es capaz de quedarse en un solo sitio y se mueve como una ola que sigue la acción de los actores. 

“No dejes que se creen baches. En esta obra los baches son mortales”, le dice Torres a uno de los protagonistas para remarcar una de esas acciones que parecen habituales, ordinarias, pero que son fundamentales para construir el sentido del drama. 

El director, dramaturgo y escritor cuenta que para aquella versión que estrenó en 2011 resolvió trabajar solamente con los objetos -camas, mesas, butacas, asientos- y no utilizar ninguna ayuda escenográfica que se pareciera a paredes, techos, muros, puertas.

SiemprevivaEl baúl de utilería que atesora los objetos originales de este clásico del teatro colombiano. Foto: Alberto Sierra.
Gracias a la artesanía del teatro, una cualidad sencilla, pero profundamente evocadora, los actores logran convencer a sus espectadores de que ese espacio vacío por el que se mueven es la arquitectura de un inquilinato. 

“Esa simplicidad espacial me gusta muchísimo. Añoro mucho la casa, pero la nueva propuesta es muy teatral, exige mucho de los actores; antes la casa era un apoyo, era otro personaje, ya no. Entonces, ahora todo está volcado en los personajes y eso me parece teatralmente muy valioso”, cuenta el director. 

El ensayo de esta tarde de martes de La siempreviva tiene un énfasis especial en trabajar los diálogos y los movimientos de Mauricio Goyeneche, quien tiene la misión de encarnar a Sergio, un rebuscador que hace malabares entre ser payaso, mesero o cualquier otro oficio que le pueda aportar a sobrevivir el mes. 

Goyeneche reemplaza a Alfonso Ortiz, el actor y director que falleció en 2010 y quien por muchos años le puso rostro a Sergio, ese hombre dicharachero que alberga un volcán de furia y de celos en su interior. 

En una de las escenas que se repasa en esta ocasión, Sergio amenaza, como tantas veces en la obra, con pegarle una cachetada a su esposa Victoria. 

“Trata de que el gesto amenazante sea mucho más virulento”, le indica Torres a Goyeneche, pues el director no sólo tiene interiorizadas todas las palabras, las comas y los puntos del texto, sino todos los movimientos y sonidos que complementan su coreografía. 

Al elenco de este nuevo montaje de La siempreviva también se suma el experimentado actor Jorge Herrera, quien sustituye al fallecido Alberto Valdiri en su rol de don Carlos, el usurero que parece gobernar todos los destinos económicos de los habitantes de este inquilinato.  

“Estos es como un hito porque es muy raro en Colombia que haya una obra que tenga 30 años y que pueda escenificarse con casi los mismos actores que la estrenaron”, enfatiza Torres sobre el regreso de los integrantes del elenco.

A los actores se suman talentos como el de Laura Cuervo, la directora de arte, quien según Torres tiene la tarea de recomponer las cosas rotas, de remendar o reemplazar esos vestidos que ya no sirvan porque seguramente se desmenuzaron con el tiempo. Todas esas cosas que, a pesar de venir de otros tiempos, hablan sobre nuestros mismos problemas. Como también lo hacen cada personaje y cada diálogo de La siempreviva.

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